Hay cosas que, por sabidas, no se dicen. Y por no decirlas, se olvidan. Luis Mesina nos recuerda una verdad gigantesca: la sociedad está separada entre los poseedores de todo, y los dueños de poco o nada. Estos últimos trabajan para acrecentar la fortuna de los poderosos. La relación que existe entre unos y otros es una relación de fuerza. La dictadura llegó para desarmar a los muchos que trabajan para enriquecer a los pocos. La «transición» sirvió para hacer como si eso fuese normal. Los normalizadores, de 1990 a nuestros días, no hacen sino proteger a la minoría que concentra los capitales.
Escribe Luis Mesina
En el siglo XIX Marx sentenció una frase que hasta el día de hoy provoca mucha controversia: “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”.
Ello, en clara alusión al conflicto permanente e inherente a las sociedades existentes, en que la división social del trabajo provoca la existencia de diferentes grupos sociales, ubicados también, en diferentes posiciones respecto del modo de producción de una determinada época y en la que defienden intereses que son antagónicos con quienes se ubican en otra posición social.
Así, Marx señalaba que en la antigüedad la lucha fue entre esclavos y esclavistas. En la edad media entre siervos y señores feudales y, en la era moderna, entre proletarios y burgueses.
Qué importancia tiene en la era contemporánea rememorar una frase tan discutida, controvertida no solo por el contenido que expresa, sino también por el personaje que la desarrolló.
Es preciso señalar que Marx no inventó la lucha de clases. Solo, a través de explicar los diferentes estados en que los modos de producción se desarrollaron y agotaron, pudo llegar a la conclusión que el permanente conflicto social no termina porque un gobierno o una clase social lo determine motu proprio, sino que es dialéctico, permanente y se mantiene justamente porque en el modo de producción, las clases sociales existentes, ocupan un lugar diferente, lo que es objeto de conflicto permanente entre unas y otras.
La lucha de clases es una forma de comprender los distintos conflictos que se expresan en la cotidianidad de las relaciones sociales en que desenvuelven su vida hombres y mujeres.
Veamos un ejemplo práctico. Nuestro país requiere resolver varios problemas sociales que generan mucha desigualdad e injusticia, en salud, pensiones, vivienda, educación, etc. Para ello, se requieren muchos recursos. Los recursos no brotan espontáneamente, están en su mayoría en la naturaleza que nos rodea. Pero hay que explotarlos para convertirlos en recursos económicos que puedan destinarse a la satisfacción de los problemas sociales que demanda la población.
Para ello, para explotar esos recursos naturales y convertirlos en recursos económicos se requiere de algo insustituible, irremplazable, se requiere trabajo, que solo pueden efectuar hombres y mujeres.
Y aquí aparece el tema planteado anteriormente, no todos se ubican en el mismo lugar. La división social del trabajo a lo largo de la historia y, en particular en el actual modo de producción capitalista ubica a los trabajadores, hombres y mujeres, vendiendo su fuerza de trabajo a cambio de un salario y, a los propietarios de los medios de producción, comprando esa fuerza de trabajo con capital, obtenido de la fuerza de trabajo de hombres y mujeres.
Entonces empresarios y trabajadores se ubican en un lugar diferente del modo de producción y luchan por mantener sus intereses que son evidentemente antagónicos y contradictorios. Los trabajadores querrán participar más de la riqueza que generan con su humanidad y los empleadores, buscaran quedarse con la mayor fracción de la riqueza que ha generado el trabajo.
Volvamos entonces al tema de los recursos para atender las demandas sociales. El país necesita recursos, entonces se plantea subir la tasa de impuestos de forma que aquellos que más ganan tributen más. Parece obvio. Pero no lo es, de paso explica porque algunos concentran tanta riqueza y otros tienen tan poco.
Hace poco se planteó una reforma tributaria. Los dueños del capital, los empresarios se opusieron como siempre lo han hecho. Pero, no solo se opusieron, sino que, además, a través de artilugios contables y leguleyos evadieron el pago de impuestos. Recientemente el Servicio de Impuestos Internos detectó que la evasión alcanza el 51,4% de lo que debiesen haber pagado.
En esta disputa se puede apreciar más nítidamente el conflicto social que hay detrás de cada política pública, pues siempre aparece esa lucha de intereses entre unos y otros, y aunque a veces aparezca sutilmente no es señal que ésta haya desaparecido.
De hecho, en este tema de los impuestos, el empresariado chileno, el grande, que socialmente se ubica en un lugar de privilegio en el modo de producción, ha llegado a plantear su negativa a tributar más y, a cambio ha propuesto a través de su máxima organización, la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), que sean los trabajadores a quienes se le aumente el impuesto a la renta, incluso, algunos han llegado a proponer aumento del IVA que, como se sabe, es el más regresivo y afecta mayormente a quienes menos ganan.
Como se verá, al final el planteamiento de Marx no fue un invento y mucha razón tenía, es algo real que existe y ha existido a lo largo de nuestra historia. Lo que importa es tratar de identificar bien el lugar que cada uno ocupa en el modo de producción capitalista, para saber de qué lado de la lucha social debe estar, así, no aparecerá defendiendo intereses que por su condición social no le corresponden.
Fuente: Politika